Mientras el sol del verano brilla sobre nosotros, nos encontramos celebrando una querida fiesta estadounidense: el Día de la Independencia. Es un momento en el que nos reunimos para celebrar la libertad y las oportunidades que nos brinda nuestra nación. Es un día de barbacoas, fuegos artificiales y momentos entrañables con la familia y los amigos. Pero mientras nos deleitamos con la independencia de los Estados Unidos, no olvidemos a nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que dependen de nosotros, tanto en la oración como en el apoyo material.

En la Comunión de los Santos, estamos unidos como una sola familia, conectados por el amor de Cristo. Esta conexión trasciende las fronteras y llega hasta los rincones más recónditos de la tierra. Mientras celebramos nuestra propia libertad, debemos recordar que millones de personas en todo el mundo siguen anhelando liberarse de la pobreza, la opresión y la persecución. Además, hay millones que esperan la libertad que supone darse cuenta de que son hijos de un Dios amoroso que tiene un plan para ellos, porque aún no se les ha presentado la alegría del Evangelio.

Este Día de la Independencia, y a lo largo de estos meses de verano, en los que solemos tener más tiempo para pasar con nuestros seres queridos y para reflexionar sobre las gracias que Dios nos ha concedido, hagamos un esfuerzo consciente por extender nuestros corazones y nuestras oraciones más allá de nuestros pequeños rincones. Al mirar hacia atrás y hacia delante, recordemos a quienes sufren y siguen afrontando retos inimaginables. Y recordemos también a quienes les acompañan a diario. Las mujeres y hombres misioneros, los sacerdotes y religiosos, y los miles que viven una vida dedicada a la fe y al servicio, a pesar de los retos que supone desarraigar sus ya ajetreadas vidas.

La oración es una poderosa herramienta que nos une a nuestros hermanos y hermanas necesitados. En nuestros momentos de gratitud por nuestras propias bendiciones, ofrezcamos oraciones por quienes siguen atrapados en las garras de la pobreza y la injusticia. A través de nuestras oraciones y ofreciendo nuestras realidades más difíciles, nos convertimos en un faro de esperanza.

Juntos, podemos crear una red de fe, amor y apoyo que trascienda la distancia y traiga consuelo a los afligidos.

Además, recordemos el apoyo material que podemos ofrecer. Las Obras Misionales Pontificias trabajan incansablemente para aliviar el sufrimiento y llevar la luz de Cristo a los necesitados. Nuestra generosidad puede tener un impacto tangible en la vida de nuestros hermanos y hermanas, proporcionándoles los recursos que necesitan desesperadamente para construir un futuro mejor.

Así pues, mientras celebramos el rojo, el blanco y el azul, hagamos también nuestro el llamado a la solidaridad. Hagamos de este Día de la Independencia un recordatorio de nuestra responsabilidad para con quienes dependen de nosotros. Que nos impulse no sólo el amor a nuestra nación, sino también el amor a todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo.