Imagina que tu parroquia dirigiera, además de actividades catequéticas, escuelas de siete noches para niños, ofreciera apoyo educativo a alumnos de escuelas públicas, enseñara a leer y escribir a adultos, promoviera huertos agroecológicos para combatir la escasez de alimentos y organizara diversas actividades que fomentaran la conciencia medioambiental, la paz y la convivencia comunitaria.
Ahora imagina hacer todo eso en los áridos semidesiertos del norte de Kenia, donde en las 30 comunidades atendidas por un sacerdote y seis catequistas, la colecta dominical es de 20 dólares.
Ésta es precisamente la realidad del Padre Jimmy Alexander Gil Ocampo, sacerdote colombiano asociado a los Misioneros de Yarumal. Con más de siete años de servicio misionero en Kenia, el viaje del Padre Gil entrelaza fe, comprensión cultural y desarrollo comunitario.
«Hola a todos, soy Jimmy Alexander Gil Ocampo, sacerdote de la Archidiócesis de Medellín, Colombia», comienza el Padre Gil, su voz refleja un profundo compromiso con su misión. «En Kenia desde hace más de siete años, trabajo con la tribu samburu, una comunidad seminómada, pastoril, patriarcal y polígama con tradiciones perdurables».
La tribu samburu, conocida por sus costumbres tradicionales, presenta retos y oportunidades únicos para el Padre Gil y sus colegas, que se hicieron cargo de la misión de los misioneros de la Consolata hace 13 años. «Nuestra parroquia, en Lodungokwe, que ya tiene 30 años, continúa el legado de la presencia misionera aquí», explica.
La misión del Padre Gil es diversa y polifacética. «Nos centramos en proyectos de evangelización, combinando la oración y el espíritu de Dios con actividades sociales para fomentar las relaciones comunitarias y la participación voluntaria», afirma. Esto incluye el apoyo pastoral a 11 pequeños asentamientos y 30 comunidades, con la ayuda de seis catequistas y programas para niños, jóvenes, mujeres y hombres.
Educación y desarrollo, grandes preocupaciones
Los proyectos de educación y desarrollo también son fundamentales para la misión del Padre Gil. «Dirigimos siete escuelas nocturnas para niños, ofrecemos refuerzo educativo y tenemos clases de alfabetización de adultos, sobre todo para mujeres, para que puedan leer la Biblia», explica. Otras iniciativas incluyen huertos agroecológicos, actividades medioambientales y por la paz, eventos deportivos en escuelas locales, talleres de empoderamiento para mujeres y apoyo a niños y jóvenes vulnerables en su educación.
A pesar de estos esfuerzos, o quizás debido a ellos, siguen existiendo retos financieros. «Nuestra colecta dominical sólo alcanza una media de 20 dólares, lo que dificulta la financiación de actividades esenciales como el mantenimiento de los vehículos, el apoyo a los catequistas y el sustento de los misioneros», admite el padre Gil. El deseo de construir una capilla, mejorar la infraestructura parroquial y perforar un pozo de agua pone de manifiesto las necesidades acuciantes.
La parroquia conmemora la Jornada Mundial de las Misiones, que este año se celebrará el 20 de octubre, uniéndose a la Iglesia Universal en la oración y la recaudación de fondos para las misiones. «Es una oportunidad para implicar a todos, incluidos los niños, en el apoyo a la labor misionera», añade.
Reflexionando sobre su viaje, el Padre Gil señala: «Mi experiencia aquí ha renovado mi fe, impulsándome hacia un enfoque pastoral más dinámico, como preconiza el Papa Francisco.» Considera que su papel es llevar vida abundante al pueblo, tocando aspectos materiales, espirituales y sociales.
«El cambio en las vidas de aquellos a quienes servimos es gradual. La educación es clave y, con el tiempo, las comunidades se vuelven más receptivas al Evangelio», observa, destacando la lenta pero segura transformación de las actitudes de la comunidad hacia la fe y la Iglesia.
La historia del padre Gil plantea una pregunta convincente: «¿Te imaginas hacer todo eso en tu parroquia con una colecta dominical de 20 dólares?». Es una pregunta retórica que subraya el impacto de miles de sacerdotes, religiosos y catequistas misioneros, y la extrema necesidad de apoyo de organizaciones como las Obras Misionales Pontificias.
En el norte de Kenia, la Iglesia católica se enfrenta a retos únicos. El aislamiento geográfico, las diferencias culturales y los recursos limitados hacen que la labor misionera sea a la vez esencial y difícil. A pesar de estos retos, misioneros como el Padre Gil siguen comprometidos con su vocación, llevando la fe, la educación y el desarrollo a comunidades remotas gracias al apoyo espiritual y material de la familia de las Obras Misionales Pontificias.