En los frondosos paisajes de Camboya, salpicados de antiguos templos y arrozales, existe una conmovedora historia de resistencia, fe y transformación. En el centro de esta historia se encuentra el jesuita Enrique «Quique» Figaredo, cariñosamente apodado el «Obispo de las sillas de ruedas».

Su historia no es sólo un relato de celo misionero, sino un testimonio de la profunda diferencia que puede marcarse cuando la fe se une a la acción, especialmente cuando esa acción está respaldada por organizaciones benévolas y por los corazones caritativos de personas de todo el mundo.

La historia de Camboya está marcada tanto por el encanto como por el dolor. La época de los Jemeres Rojos, de 1975 a 1979, fue testigo de cómo el brutal régimen de Pol Pot devastó un rico tapiz cultural. A su paso quedaron cicatrices emocionales y los peligrosos restos de la guerra: minas terrestres que han mutilado a innumerables almas desprevenidas. Con este telón de fondo, el obispo Enrique inició su odisea misionera.

«En 1985, me destinaron a trabajar con los refugiados camboyanos en la frontera con Tailandia», cuenta, recordando los vívidos momentos que pasó ayudando a las víctimas de las minas personales. «Me involucré profundamente en la vida de la gente… y tantas cosas hicieron que me enamorara de ellos».

Movido por el espíritu de servicio y una innegable conexión con el pueblo, el Obispo Enrique se adentró en el corazón de Camboya tras finalizar sus estudios teológicos en España entre 1988 y 1992, año en que fue ordenado sacerdote. Esta inmersión más profunda no fue un empeño solitario: el año de su ordenación, los jesuitas abrieron una misión en Camboya, y los esfuerzos por llevar sillas de ruedas a quienes viven en el corazón del país obtuvieron el apoyo de las Organizaciones del Comité de Servicio de los Amigos Americanos.

Hablando de su labor transformadora, el Obispo Enrique destacó el proyecto de la silla de ruedas. «Tenemos talleres dirigidos por personas con discapacidad», afirmó, y relató cómo la colaboración con Motivation International en 1994 dio origen a una silla de ruedas de madera que se convirtió en un faro de esperanza para muchos.

«Esta silla de ruedas me llevó a muchas partes del país. Transforma la vida de la gente, que pasa de una vida tenue, encerrada en casa, a poder estudiar, salir de casa, tener vida social», afirmó. «Pero también transforma la vida de quien la da».

«Una persona me dijo una vez que la silla de ruedas que damos es un sacramento, porque transforma la vida de las personas», afirmó. «Es un signo visible de una relación visible».

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En 1998, cuando los restos de la violencia llegaron a su fin, el Dicasterio para la Evangelización del Vaticano, conocido durante siglos como Propaganda Fidei, que supervisa las Obras Misionales Pontificias, «buscaba un obispo para la zona en la que yo estaba, y me nombró Prefecto Apostólico. Para mí fue un cambio enorme, porque yo estaba muy implicado en el trabajo social, la integración de los discapacitados en la sociedad civil, y haciendo divulgación… como se suele decir ahora, estaba acostumbrado a una Iglesia que sale al encuentro de las personas allí donde están».

Pero el prelado se adaptó rápidamente, y bajo su liderazgo, y con el apoyo constante de la Iglesia universal, ya que en Camboya es demasiado pobre para ser autosuficiente, la fe ha crecido exponencialmente. Cuando fue nombrado Prefecto Apostólico, su territorio contaba con 15 comunidades, y ahora son 31, con 30 nuevas iglesias construidas en tres décadas gracias al apoyo de la Sociedad para la Propagación de la Fe, una de las cuatro sociedades pontificias. El crecimiento, dijo, es un ejemplo de lo que puede lograrse cuando los misioneros están equipados con los recursos adecuados y las oraciones incesantes de la comunidad católica mundial.

En la actualidad, sigue supervisando el proyecto de las sillas de ruedas con un taller en un lateral de su iglesia. Emplea a 18 personas, todas ellas amputadas por causas personales y mineras, y entre todos construyen una media de 100 sillas al día. Durante las tres últimas décadas, han regalado unas 30.000 sillas.

El taller es principalmente autosuficiente gracias a la Cruz Roja Internacional y Handicapped International, que compran el 30% de la producción para que el Obispo Enrique pueda dar el resto gratuitamente, ya que los beneficiarios no pueden cubrir los costes de producción, estimados en 150 dólares. «Nos gustaría seguir creciendo porque sigue habiendo una gran necesidad, en Camboya y en tantos otros lugares azotados por la violencia, la guerra y la tragedia, pero para ello necesitaríamos más capital».

La filosofía del Obispo Enrique es sencilla y profunda: Transmitir el mensaje de Cristo a través de la caridad. «Acompañarles, que te vean cercano y atento, atrae», asegura. Y es evidente que su enfoque ha dado fruto, pues muchos se han sentido atraídos por la fe.

Parte integrante de la personalidad del Obispo Enrique es su singular cruz pectoral, hecha a mano en plata por uno de los soldadores del taller de sillas de ruedas. Simboliza su misión y el espíritu perdurable del pueblo camboyano.

«Mi cruz es un Cristo mutilado. Representa que Jesús sufre en solidaridad con los discapacitados, pero también nos dice que los discapacitados también sufren con el Señor, completando la salvación del mundo», afirmó. «Y también nos habla del cuerpo místico de Cristo, incompleto por falta de comprensión, por las guerras, por no haber conocido el amor del Señor. Nuestra misión es completarlo, con amor, comprensión, solidaridad».

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